Cine y estereotipos. Artículo de Luis Moreno, Director del FESCIGU

Publicado por En Realidad no tiene Gracia | septiembre 24, 2015 | No hay comentarios

El cine es un poderoso medio de transmisión de ideas, gustos y hábitos. Su aparente inocencia camufla su habilidad para transformar hábitos y predisponer al espectador a aceptar planteamientos que no aceptaría a través de un discurso directo. El cine golpea las emociones, las maneja a su antojo, nos envuelve durante una o dos horas en un halo de irrealidad que pasivamente aceptamos como válido; durante el visionado de una película nuestra moral se relaja, nuestras defensas desaparecen, nuestra escala de valores se modifica; estamos tranquilos porque sabemos que cuando termine la película volveremos a ser nosotros mismos. Pero cuando los mensajes que se transmiten van en una misma dirección película tras película, nuestra escala de valores corre peligro de verse alterada en dicha dirección.

Por desgracia, el cine es una industria que, especialmente en Hollywood (de donde procede la mayor parte de las películas que consumimos), responde a los patrones ideológicos de las grandes compañías, y tales patrones ideológicos pueden estar muy lejos de fomentar la tolerancia, la igualdad, el respeto al diferente.

Además, el cine de consumo tiende a utilizar esquemas que han funcionado en otras producciones, tratando de minimizar el riesgo de la inversión, y tiende a definir personajes tremendamente estereotipados. Todos esperamos en este tipo de cine que nos quede bien claro desde un principio quiénes son los buenos y quiénes son los malos de la película, sin matices intermedios. Aceptamos como ético y plausible todo aquello que hacen “los buenos” y como recriminable todo aquello que hacen “los malos”. De esta forma se crean patrones que justifican, por ejemplo, la violencia ejercida por los buenos, como algo inevitable y necesario, y que fomentan el temor ante cualquier hipotética violencia que pueda ejercer un “malo”, por perversa e injustificable.

Recientemente me sorprendió la manipulación en este sentido del largometraje “El francotirador”, de Clint Eastwood (2015). En una escena final en la que el protagonista y sus compañeros se ven acorralados en una azotea por unos atacantes que intentan acceder al edificio desde la calle, la película nos muestra la angustia y el drama de este grupo de estadounidenses que luchan por sobrevivir, mientras que las innumerables muertes de los asaltantes quedan reflejadas tan solo para transmitirnos la idea de que resulta imposible fulminarlos a todos y acabar con su amenaza. Hubiera resultado tremendamente escandaloso que un director norteamericano hubiera reflejado el drama de estos iraquíes que mueren acribillados tratando de reducir al grupo de soldados americanos que pertrechados en una azotea combaten por los intereses de su país en territorio extranjero.

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En el terreno de la discapacidad, el cine ha jugado históricamente un importante papel, mostrándonos en una primera etapa a las personas con discapacidad como seres enigmáticos, peligrosos, perturbados, monstruosos, alimentando así la disgregación entre los ciudadanos con y sin discapacidades. Afortunadamente, el cine ha evolucionado hasta mostrar a las personas con capacidades especiales de una forma mucho más natural, contribuyendo con ello a una mejor aceptación por parte del resto de la sociedad. En este sentido, el cine tiene un gran poder para ayudar a dar visibilidad a estos colectivos y normalizar su integración en la sociedad. La película “Freaks. La parada de los monstruos”, de Tod Browning (1932), está protagonizada por una serie de trabajadores del circo con diferentes malformaciones, que suponen una grave amenaza para el resto de la gente. Argumentos como “El jorobado de Notre Dame” o “El fantasma de la ópera” nos muestran a las personas con discapacidad como seres atormentados, escurridizos, solitarios, peligrosos. Pero el cine evoluciona hasta mostrarnos a las personas con discapacidad como seres no solo con capacidad para integrarse en nuestra sociedad, sino incluso para llegar mucho más lejos que el resto debido a sus capacidades especiales. Tal es el caso de “Forrest Gump”, de Robert Zemeckis (1994), o de “Rain man”, de Barry Levinson (1988). Sin embargo, estos argumentos también terminan alejándonos de la realidad, ya que las personas con diversidad funcional no son minusválidas ni son super-héroes, sino personas normales, con sus problemas, anhelos y limitaciones específicos. Quizás un título que sí haga justicia a las vivencias de las personas con discapacidad, en este caso con síndrome de Down, sea “Yo, también”, de Antonio Naharro y Álvaro Pastor (2009), al mostrarnos las dificultades y los logros de un joven con síndrome de Down, interpretado magistralmente por Pablo Pineda.

Al igual que el cine alimenta prejuicios sobre las personas con discapacidad, los alimenta igualmente con las personas más desfavorecidas socialmente, como inmigrantes, minorías raciales, etc. Cuando el cine nos bombardea con esquemas según los cuales ciertos grupos étnicos o sociales son vagos, improductivos, tramposos, egoístas e incluso peligrosos, si tales prejuicios llegan a penetrar en el discurso colectivo, nos encontramos ante una serie de prejuicios sociales muy perjudiciales no solo para los afectados, sino para toda la sociedad en su conjunto. Sin embargo, hay películas como “En un mundo libre”, de Ken Loach (2007), que abordan la integración laboral de los inmigrantes desde una perspectiva mucho más amplia y esclarecedora, mostrando su vulnerabilidad y cómo la sociedad, en este caso la británica, le saca partido a su desamparo. La integración laboral de los inmigrantes, en este caso de las mujeres inmigrantes, se aborda de una forma inusual en “Flores de otro mundo”, de Icíar Bollaín (1999), mostrando no solo las dificultades que tienen las mujeres extranjeras para establecerse en un nuevo país de acogida, sino cómo el machismo de la sociedad complica más aún dicha integración.

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El cine, como tantos otros medios, no es un antídoto para nada, no es bueno ni malo, no es una amenaza ni una curación. Es simplemente una herramienta con un inmenso poder para crear corrientes de opinión, sujeto a unos fuertes intereses comerciales. A lo largo de la historia ha demostrado su eficacia tanto para alimentar recelos hacia el diferente como para desmontarlos; para fomentar el prejuicio social o para alimentar una reflexión constructiva que ayude a los individuos a trabajar en pro de una sociedad pacífica, justa, equitativa y solidaria.

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