Alaska
– Has nacido en México, aunque quizás no lo sepa mucha gente. ¿Te han recordado alguna vez que “no eres de aquí”?
Llegué a España con diez años, en 1973. En ese momento, los inmigrantes llegábamos con cierta perspectiva de futuro y sin riesgo de exclusión social. Sólo «sufrí» un poco las primeras semanas de colegio, por las burlas de los niños por mi acento diferente, por no conocer determinadas palabras… nada especial. A partir de ahí jamás me sentí discriminada a nivel social ni laboral. Pero sí que ha sido una pesadilla el papeleo. Os recuerdo que hace apenas un par de años que tengo la nacionalidad española, y me he encontrado con las situaciones absurdas cada vez que tenía que renovar mis papeles de residencia. Si la burocracia ha sido espantosa para mí, que estoy en una situación privilegiada, imaginaos lo que es para el extranjero medio.
– ¿Qué sentiste al obtener la nacionalidad española y qué significa ser emigrada, con el paso de los años? ¿se llega a olvidar? ¿Se olvida, se disfraza, se enorgullece?
Vives una dualidad cercana a la bipolaridad. Por un lado, México es mi país, me encanta y sé que el sentimiento nacional no desaparecerá nunca. Pero soy española por elección, porque quiero, porque también me encanta y porque, a qué engañarnos, este país es el que acoge mi vida y mis proyectos.
– En la movida madrileña había sitio para todos, fueras de donde fueras, ¿ahora (para algunos) sobran los que no son de aquí?
La situación que planteas en la pregunta es en sí misma singular. Estás hablando de unas personas que se dedican a la música, al arte, al cine, al travestismo… ¿a quién le importa de dónde eres? Además, en ese mundo el riesgo laboral es contínuo y absoluto, es decir, ¡nadie tiene un contrato de trabajo! España no es un país excluyente, es generoso y la gente se mezcla entre sí, pero hay que reconocer que el torbellino del mercado laboral y la crisis económica han marcado un punto de inflexión a partir del cual la gente tiene miedo a que le quiten lo que considera que es suyo.
– En el mundo de la cultura y el espectáculo siempre se ha exhibido mayor tolerancia y libertad. Al hablar de maricones y bolleras explícitamente has defendido que “le robas el insulto al que te insulta” ¿Pasa lo mismo con sudaca, negro o morito?
Yo creo que sí. Siempre he pensado que si tú utilizas esas palabras con naturalidad la estás desposeyendo del tono insultante, pasan a ser puramente descriptivas y hasta reivindicativas. Lo políticamente correcto es peligroso, porque al utilizar sinónimos no excluyentes, mantiene en vigor el insulto. Mientras digas «gay», maricón es un insulto; si dices «invidente» estás dando por hecho que ciego no está bien. De todas formas, las palabras no insultan, es el tono y la intención, y todos sabemos cuándo se usan para herir o por simple imprudencia o costumbre.
– ¿Qué deberíamos hacer para luchar contra la discriminación de las personas inmigrantes?
Es una labor a dos bandas. Ser inmigrante no supone una diferencia de derechos, pero tampoco de obligaciones. Todos vivimos las mismas alegrías y miserias. Y el inmigrante tiene que encontrar el equilibrio entre sus costumbres (sociales, religiosas, culturales) y la realidad del país en el que vive. Pero sigo pensando que si no fuera por ese sentimiento de amenaza en lo laboral, el español siempre está dispuesto a acoger la diferencia. Ojalá siga siendo así y esta crisis no acabe con la natural tolerancia del español.